domingo, 8 de noviembre de 2015

Lento, amargo animal...

Lento, amargo animal que soy, que he sido, amargo desde el nudo de polvo y agua y viento que en la primera generación del hombre pedía a Dios. Amargo como esos minerales amargos que en las noches de exacta soledad --maldita y arruinada soledad sin uno mismo-- trepan a la garganta y, costras de silencio, asfixian, matan, resucitan. Amargo como esa voz amarga prenatal, presubstancial, que dijo nuestra palabra, que anduvo nuestro camino, que murió nuestra muerte, y que en todo momento descubrimos. Amargo desde dentro, desde lo que no soy, --mi piel como mi lengua-- desde el primer viviente, anuncio y profecía. Lento desde hace siglos, remoto --nada hay detrás--, lejano, lejos, desconocido. Lento, amargo animal que soy, que he sido.

Yo no lo sé de cierto...

Yo no lo sé de cierto, pero supongo que una mujer y un hombre algún día se quieren, se van quedando solos poco a poco, algo en su corazón les dice que están solos, solos sobre la tierra se penetran, se van matando el uno al otro. Todo se hace en silencio. Como se hace la luz dentro del ojo. El amor une cuerpos. En silencio se van llenando el uno al otro. Cualquier día despiertan, sobre brazos; piensan entonces que lo saben todo. Se ven desnudos y lo saben todo. (Yo no lo sé de cierto. Lo supongo).

Los amorosos

Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor. Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan. Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los amorosos son los insaciables. Los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos. Los amorosos son la hidra del cuento. Tienen serpientes en lugar de brazos. las venas del cuello se les hinchan también como serpientes para asfixiarlos. Los amorosos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos. En la obscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la sábana y su cama flota corno sobre un lago. Los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo. Los amorosos salen de sus cuevas temblorosos, hambrientos, a cazar fantasmas. Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad, verídicamente, de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse. Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas. Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida. Y se van llorando, llorando la hermosa vida.

Entresuelo

Un ropero, un espejo, una silla, ninguna estrella, mi cuarto, una ventana, la noche como siempre, y yo sin hambre, con un chicle y un sueño, una esperanza. Hay muchos hombres fuera, en todas partes, y más allá la niebla, la mañana. Hay árboles helados, tierra seca, peces fijos idénticos al agua, nidos durmiendo bajo tibias palomas. Aquí, no hay mujer. Me falta. Mi corazón desde hace días quiere hincarse bajo alguna caricia, una palabra. Es áspera la noche. Contra muros, la sombra lenta como los muertos, se arrastra. Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua. Su piel sobre mis huesos y mis ojos dentro de su mirada. Nos hemos muerto muchas veces al pie del alba. Recuerdo que recuerdo su nombre, sus labios, su transparente falda. Tiene los pechos dulces, y de un lugar a otro de su cuerpo hay una gran distancia: de pezón a pezón cien labios y una hora, de pupila a pupila un corazón, dos lágrimas. Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos, hasta el último vuelo de la última ala, cuando la carne toda no sea carne, ni el alma sea alma. Es precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero. ¡Es tan dura, tan tibia, tan clara! Esta noche me falta. Sube un violín desde la calle hasta mi cama. Ayer miré dos niños que ante un escaparate de maniquíes desnudos se peinaban. El silbato del tren me preocupó tres años, hoy se que es una máquina. Ningún adiós mejor que el de todos los días a cada cosa, en cada instante, alta la sangre iluminada. Desamparada sangre, noche blanda, tabaco del insomnio, triste cama. Yo me voy a otra parte. Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla.

Horal

El mar se mide por olas, el cielo por alas, nosotros por lágrimas. El aire descansa en las hojas, el agua en los ojos, nosotros en nada. Parece que sales y soles, nosotros y nada...

Uno es el hombre

Uno es el hombre. Uno no sabe nada de esas cosas que los poetas, los ciegos, las rameras, llaman "misterio", temen y lamentan. Uno nació desnudo, sucio, en la humedad directa, y no bebió metáforas de leche, y no vivió sino en la tierra (la tierra que es la tierra y es el cielo como la rosa rosa pero piedra). Uno apenas es una cosa cierta que se deja vivir, morir apenas, y olvida cada instante, de tal modo que cada instante, nuevo, lo sorprenda. Uno es algo que vive algo que busca pero encuentra, algo como hombre o como Dios o yerba que en el duro saber lo de este mundo halla el milagro en actitud primera. Fácil el tiempo ya, fácil la muerte, fácil y rigurosa y verdadera toda intención que nos habita y toda soledad que nos perpetra. Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende -alegría y dolor- toda presencia; el corazón constante, equilibrado y bueno, se vacía y se llena. Uno es el hombre que anda por la tierra y descubre la luz y dice: es buena, la realiza en los ojos y la entrega a la rama del árbol, al río, a la ciudad al sueño, a la esperanza y a la espera. Uno es el destino que penetra la piel de Dios a veces, y se confunde en todo y se dispersa. Uno es el agua de la sed que tiene, el silencio que calla nuestra lengua, el pan, la sal, y la amorosa urgencia de aire movido en cada célula. Uno es el hombre -lo han llamado hombreque lo ve todo abierto, y calla, y entra.

Yo no lo sé de cierto, pero supongo

 Yo no lo sé de cierto, pero supongo que una mujer y un hombre algún día se quieren, se van quedando solos poco a poco, algo en su corazón les dice que están solos, solos sobre la tierra se penetran, se van matando el uno al otro. Todo se hace en silencio. Como se hace la luz dentro del ojo. El amor une cuerpos. En silencio se van llenando el uno al otro. Cualquier día despiertan, sobre brazos; piensan entonces que lo saben todo. Se ven desnudos y lo saben todo. (Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)

Me gustó que lloraras

ME GUSTÓ QUE LLORARAS, ¡Qué blandos ojos sobre tu falda! No sé, pero tenías de todas partes, largas mujeres, negras aguas. Quise decirte: hermana. Para incestar contigo rosas y lágrimas. Duele bastante, es cierto, todo lo que se alcanza. Es cierto, duele no tener nada. ¡Qué linda estás, tristeza, cuando así callas! ¡Sácale con un beso todas las lágrimas! ¡Que el tiempo, ah, te hiciera estatua!

Es la sombra del agua...

Es la sombra del agua y el eco de un suspiro, rastro de una mirada, memoria de una ausencia, desnudo de mujer detrás de un vidrio. Está encerrada, muerta —dedo del corazón, ella es tu anillo—, distante del misterio, fácil como un niño. Gotas de luz llenaron ojos vacíos, y un cuerpo de hojas y alas se fue al rocío. Tómala con los ojos, llénala ahora, amor mío. Es tuya como de nadie, tuya como el suicidio. Piedras que hundí en el aire, maderas que ahogué en el río, ved mi corazón flotando sobre su cuerpo sencillo.

Mi corazón emprende...

Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo último viaje. Retoño de la luz, agua de las edades que en ti, perdida, nace. Ven a mi sed. ahora. Después de todo. Antes. Ven a mi larga sed entretenida en bocas, escasos manantiales. Quiero esa arpa honda que en tu vientre arrulla niños salvajes, Quiero esa tensa humedad que te palpita, esa humedad de agua que te arde. Mujer, músculo suave. La piel de un beso entre tus senos de oscurecido oleaje me navega en la boca y mide sangre. Tú también. Y no es tarde. Aún podemos morirnos uno en otro: es tuyo y mío ese lugar de nadie. Mujer, ternura de odio, antigua madre, quiero entrar, penetrarte, veneno, llama, ausencia, mar amargo y amargo, atravesarte. Cada célula es hembra, tierra abierta, agua abierta, cosa que se abre. Yo nací para entrarte. Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante. Por conocerte estoy, grano de angustia en corazón de ave. Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres tendrán un hombre encima en todas partes.

Miss X

Miss X, sí, la menuda Miss Equis, llegó, por fin, a mi esperanza: alrededor de sus ojos, breve, infinita, sin saber nada. Es ágil y limpia como el viento tierno de la madrugada, alegre y suave y honda como la yerba bajo el agua. Se pone triste a veces con esa tristeza mural que en su cara hace ídolos rápidos y dibuja preocupados fantasmas. Yo creo que es como una niña preguntándole cosas a una anciana, como un burrito atolondrado entrando a una ciudad, lleno de paja. Tiene también una mujer madura que le asusta de pronto la mirada y se le mueve dentro y le deshace a mordidas de llanto las entrañas. Miss X, sí, la que me ríe y no quiere decir cómo se llama, me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra, que me ama pero que no me ama. Yo la dejo que mueva la cabeza diciendo no y no, que así se cansa, y mi beso en su mano le germina bajo la piel en paz semilla de alas. Ayer la luz estuvo todo el día mojada, y Miss X salió con una capa sobre sus hombros, leve, enamorada. Nunca ha sido tan niña, nunca amante en el tiempo tan amada. El pelo le cayó sobre la frente, sobre sus ojos, mi alma. La tomé de la mano, y anduvimos toda la tarde de agua. ¡Ah, Miss X, Miss X, escondida flor del alba! Usted no la amará, señor, no sabe. Yo la veré mañana.

En los ojos de los muertos

En los ojos abiertos de los muertos ¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera! Tapiz de aire en la pupila inmóvil, velo de sombra, luz tierna. En los ojos de los amantes muertos el amor vela. Los ojos son como una puerta infranqueable, codiciada, entreabierta. ¿Por qué la muerte prolonga a los amantes, los encierra en un mutismo como de tierra? ¿Que es el misterio de esa luz que llora en el agua del ojo, en esa enferma superficie de vidrio que tiembla? Ángeles custodios les recogen la cabeza. Murieron en su mirada, murieron de sus propias venas. Los ojos parecen piedras dejadas en el rostro por una mano ciega. El misterio los lleva. ¡Qué magia, que dulzura en el sarcófago de aire que los encierra! En la sombra estaban sus ojos En la sombra estaban sus ojos y sus ojos estaban vacíos y asustados y dulces y buenos y fríos. Allí estaban sus ojos y estaban en su rostro callado y sencillo y su rostro tenía sus ojos tranquilos. No miraban, miraban, qué solos y qué tiernos de espanto, qué míos, me dejaban su boca en los labios y lloraban un aire perdido y sin llanto y abiertos y ausentes y distantes distantes y heridos en la sombra en que estaban, estaban callados, vacíos. Y una niña en sus ojos sin nadie se asomaba sin nada a los míos y callaba y miraba y callaba y sus ojos abiertos y limpios, piedra de agua, me estaban mirando más allá de mis ojos sin niños y qué solos estaban, qué tristes, qué limpios. Y en la sombra en que estaban sus ojos y en el aire sin nadie, afligido, allí estaban sus ojos y estaban vacíos.

Te desnudas igual que si estuvieras sola

Te desnudas igual que si estuvieras sola y de pronto descubres que estás conmigo. ¡Como te quiero entonces entre las sábanas y el frió! Te pones a flirtearme como a un desconocido y yo te hago la corte ceremonioso y tibio. Pienso que soy tu esposo y que me engañas conmigo. ¡Y como nos queremos entonces en la risa de hallarnos solos en el amor prohibido! (Después, cuando pasó, te tengo miedo y siento un escalofrío.)

Los he visto en el cine

Los he visto en el cine, frente a los teatros, en los tranvías y en los parques, los dedos y los ojos apretados. Las muchachas ofrecen en las salas oscuras sus senos a las manos y abren la boca a la caricia húmeda y separan los muslos para invisibles sátiros. Los he visto quererse anticipadamente, adivinando el goce que los vestidos cubren, el engaño de la palabra tierna que desea, el uno al otro extraño. Es la flor que florece en el día más largo, el corazón que espera, el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio. Esa niña que hoy vi tenía catorce años, a su lado los padres le miraban la risa igual que si ella se la hubiera robado. Los he visto a menudo -a ellos, a los enamoradosen las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol, encontrarse en la carne, sellarse con los labios. Y he visto el cielo negro en el que no hay ni pájaros, y estructuras de acero y casa pobres, patios, lugares olvidados. Y ellos, constantes, tiemblan, se ponen en sus manos, y el amor se sonríe, los mueve, les enseña, igual que un viejo abuelo desengañado.

Tía Chofi

Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta con tus setenta años de virgen definitiva, tendida sobre tu catre, estúpidamente muerta. Hiciste bien en morirte, tía Chofi, porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso, porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste, ya no tenías nada qué hacer y a leguas se miraba que querías morirte y te aguantabas. ¡Hiciste bien! Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos porque te quise a tu hora, en el lugar preciso, y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple, pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste. ¡Te siento tan desamparada, tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina, sin quién te dé un pan! Me aflige pensar que estás bajo la tierra fría de Berriozábal, sola, sola, terriblemente sola, como para morirse llorando. Ya sé que es tonto eso, que estás muerta, que más vale callar, ¿pero qué quieres que haga si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte? Ah, jorobada, tía Chofi, me gustaría que cantaras o que contaras el cuento de tus enamorados. Los campesinos que te enterraron sólo tenían tragos y cigarros, y yo no tengo más. Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte, y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido. Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste. Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida a todos. Pedías para dar, desvalida. Y no tenías el gesto agrio de las solteronas porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos. En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida te repetías incansablemente y eras la misma cosa siempre. Fácil, como las flores del campo con que las vecinas regaron tu ataúd, nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte. Sofía, virgen, antigua, consagrada, debieron enterrarte de blanco en tus nupcias definitivas. Tú que no conociste caricia de hombre y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos, tú, casta, limpia, sellada, debiste llevar azahares tu último día. Exijo que los ángeles te tomen y te conduzcan a la morada de los limpios. Sofía virgen, vaso transparente, cáliz, que la muerte recorra tu cabeza blandamente y que cierre tus ojos con cuidados de madre mientras entona cantos interminables. Vas a ser olvidada de todos como los lirios del campo, como las estrellas solitarias; pero en las mañanas, en la respiración del buey, en el temblor de las plantas, en la mansedumbre de los arroyos, en la nostalgia de las ciudades, serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta. Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia, con una cruz pequeña sobre tu tierra, estás bien allí, bajo los pájaros del monte, y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo

La cojita está embarazada.

La cojita está embarazada. Se mueve trabajosamente, pero qué dulce mirada mira de frente. Se le agrandaron los ojos como si su niño también le creciera en ellos pequeño y limpio. A veces se queda viendo quién sabe qué cosas que sus ojos blancos se le vuelven rosas. Anda entre toda la gente trabajosamente. No puede disimular, pero, a punto de llorar, la cojita, de repente, se mira el vientre y ríe. Y ríe la gente. La cojita está embarazada ahorita está en su balcón y yo creo que se alegra cantándose una canción: «cojita del pie derecho y también del corazón».

Sigue la Muerte

1 No digamos la palabra del canto, cantemos. Alrededor de los huesos, en los panteones, cantemos. Al lado de los agonizantes, de las parturientas, de los quebrados, de los trabajadores, cantemos. Bailemos, bebamos, violemos. Ronda del fuego, círculo de sombras, con los brazos en alto, que la muerte llega. Encerrados ahora en el ataúd del aire, hijos de la locura, caminemos en torno de los esqueletos. Es blanda y dulce como una cama con mujer Lloremos. Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte, hija de puta, viene. La tengo aquí, me sube, me agarra por dentro. Como un esperma contenido, como un vino enfermo. Por los ahorcados lloremos, por los curas, por los limpiabotas, por las ceras de los hospitales, por los sin oficio y los cantantes. Lloremos por mí, el más feliz, ay, lloremos. Lloremos un barril de lágrimas. Con un montón de ojos lloremos. Que el mundo sepa que lloramos aquí por el amor crucificado y las vírgenes, por nuestra hambre de Dios (¡pequeño Dios el hombre!) y por los riñones del domingo. Lloremos llanto clásico, bailando, riendo con la boca mojada de lágrimas. Que el mundo sepa que sabemos ser trágicos. Lloremos por el polvo y por la muerte de la rosa en las manos Yo, el último, os invito a bailar sobre el cráneo del tiempo. ¡De dos en dos los muertos! Al tambor, a la Luna, al compás del viento. ¡A cogerse las manos, sepultureros! Gloria del hombre vivo: ¡espacio para el miedo que va a bailar la danza que bailemos! Tranca la tranca, con la musiquilla del concierto ¡qué fácil es bailar remuerto! 2 ¿Vamos a seguir con el cuento del canto y de la risa? ¡Ojos de sombra, corazón de ciego! Pirámides de huesos se derrumban, la madre hace los muertos. Aremos los panteones y sembremos. Trigo de muerto, pan de cada día, en nuestra boca coja saliva. (Moneda de los muertos sucia y salada, en mi lengua hace de hostia petrificada.) Hay que ver florecer en los jardines piernas y espaldas entre arroyos de orines. Cráneos con sus helechos, dientes violetas, margaritas en las caderas de los poetas. Que en medio de este cante el loco pájaro gigante, aleluya en el ala del vuelo, aleluya por el cielo. ¡De pie, esqueletos! Tenemos las sonrisas por amuletos. ¡Entremos a la danza, en las cuencas los ojos de la esperanza! 3 Hay que mirar los niños en la flor de la muerte floreciendo, luz untada en los pétalos nocturnos de la muerte. Hay que mirar los ojos de los ancianos mansamente encendidos, ardiendo en el aceite votivo de la muerte. Hay que mirar los pechos de las vírgenes delgados de leche amamantando las crías de la muerte. Hay que mirar, tocar, brazos y piernas, bocas mejillas, vientres deshaciéndose en el ácido de la muerte. Novias y madres caen, se derrumban hermanos silenciosamente en el pozo de la muerte. Ejército de ciegos, uno tras otro, de repente, metiendo el pie en el hoyo de la muerte. 4 Acude, sombra, al sitio en que la muerte nos espera. Asiste, llanto, visitante negro. Agujas en los ojos, dedos en la garganta, brazos de pesadumbre sofocando el pecho. La desgracia ha barrido el lugar y ha cercado el lamento. Coros de ruinas organiza el viento. Viudos pasan y huérfanos, y mujeres sin hombre, y madres arrancadas, con la raíz al aire, y todos en silencio. Asiste, hermano, padre, ven conmigo, ternura de perro. Mi amor sale como el sol diariamente. Cortemos la fruta del árbol negro, bebamos el agua del río negro, respiremos el aire negro. No pasa, no sucede, no hablar del tiempo. Esto ha de ser, no sé, esto es el fuego -no brasa, no llama, no cenizafuego sin rostro, negro. Deja que me arranquen uno a después la mano, el brazo, que me arranquen el cuerpo, que me busquen inútilmente negro. Vamos, acude, llama, congrega tu rebaño, muerte, tu pequeño rebaño del día, enciérralo en tu puño, aprisco de sueño. Dejo en ti, madre nuestra, en ti me dejo. Gota perpetua, bautizo verdadero, en ti, inicial, final, estoy, me quedo.

Aleluya

Si hubiera de morir dentro de unos instantes, escribiría estas sabias palabras: árbol del pan y de la miel, ruibarbo, coca-cola, zonite, cruz gamada. y me echaría a llorar. Uno puede llorar hasta con la palabra "excusado" si tiene ganas de llorar. Y esto es lo que hoy me pasa. Estoy dispuesto a perder hasta las uñas, a sacarme los ojos y exprimirlos como limones sobre la taza se café. ("te convido una taza de café con cascaritas de ojo, corazón mío"). Antes de que caiga sobre mi lengua el hielo del silencio, antes de que se raje mi garganta y mi corazón se desplome como una bolsa de cuero, quiero decirte, vida mía, lo agradecido que estoy, por este hígado estupendo que me dejó comer todas tus rosas, el día que entré a tu jardín oculto sin que nadie me viera. Lo recuerdo. Me llené el corazón de diamantes -que son estrellas caídas y envejecidas en el polvo de la tierra- y lo anduve sonando como una sonaja mientras reía. No tengo otro rencor que el que tengo, y eso porque pude nacer antes y no lo hiciste. No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.

Soy mi cuerpo

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste y está cansado. Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen. Que cuando habrá los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían. Quiero dejar de pisar con los pies desnudos el frío. Échenme encima todo lo que tenga calor, las sábanas, las mantas, algunos papeles y recuerdos, y cierren todas las puertas para que no se vaya mi soledad. Quiero dormir un mes, un año, dormirme. Y si hablo dormido no me hagan caso, si digo algún nombre, si me quejo. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado, y que ustedes no pueden hacer nada hasta el día de la resurrección. Ahora quiero dormir un año, nada más dormir.

Ocurre que la realidad

Ocurre que la realidad es superior a los sueños. En vez de pedir "déjame soñar", se debería decir: "déjame mirar". Juega uno a vivir.

La procesión del entierro

La procesión del entierro en las calles de la ciudad es ominosamente patética. Detrás del carro que lleva el cadáver, va el autobús, o los autobuses negros, con los dolientes, familiares y amigos. Las dos o tres personas llorosas, a quienes de verdad les duele, son ultrajadas por los cláxones vecinos, por los gritos de los voceadores, por las risas de los transeúntes, por la terrible indiferencia del mundo. La carroza avanza, se detiene, acelera de nuevo, y uno piensa que hasta los muertos tienen que respetar las señales de tránsito. Es un entierro urbano, decente y expedito. No tiene la solemnidad ni la ternura del entierro en provincia. Una vez vi a un campesino llevando sobre los hombros una caja pequeña y blanca. Era una niña, tal vez su hija. Detrás de él no iba nadie, ni siquiera una de esas vecinas que se echan el rebozo sobre la cara y se ponen serias, como si pensaran en la muerte. El campesino iba solo, a media calle, apretado el sombrero con una de las manos sobre la caja blanca. Al llegar al centro de la población iban cuatro carros detrás de él, cuatro carros de desconocidos que no se habían atrevido a pasarlo. Es claro que no quiero que me entierren. Pero si algún día ha de ser, prefiero que me encierren en el sótano de la casa, a ir muerto por las calles de Dios sin que nadie se dé cuenta de mí. Porque si amo profundamente esta maravillosa indiferencia del mundo hacia mi vida, deseo también fervorosamente que mi cadáver sea respetado.

Dice Rubén

Dice Rubén que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria de los hombres para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidad no es más que una prolongación, menguada y pobre, de nuestra existencia. Hay que estar frente a un muro. Y hay que saber que entre nuestros puños que golpean y el lugar del golpe, allí está la eternidad. Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres, es lo mismo que creer en Dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antes del naufragio.

Duérmete, mi niño, con calentura

DUÉRMETE, MI NIÑO, CON CALENTURA, con dolor de cabeza, estírate. Duérmete con todo el cuerpo, niño, envidia de los ángeles, hijito enfermo. Duérmete sin el grillo, sin la aguja, sin hambre. Duérmete hasta mañana. Duérmete, duérmete. Vámonos a dormir, a dormirnos. El tubo de la noche, estírate. Que se diga que julio se duerme. (Porque en la noche viene Tará y te quita la enfermedad. Luego encendemos el sol con un cerillo de alcohol.) Pero duérmete mi niño, mi pedacito, a dormir, a dormirse ya. (Don julito el fanfarrón, don julito es un fregón.) Voy a sacudir tu cama: que no tenga calentura ni dolor de barriga ni pulgas. Aquí pongo este letrero contra los mosquitos: que nadie moleste a mi hijo. Vamos a cantar: tararí, tatá . El viejito cojo se duerme con sólo un ojo. El viejito manco duerme trepado en un zanco. Tararí, totó. No me diga nada usted: se empieza a dormir mi pie. Voy a subirlo a mi cuna antes que venga la tía Luna. Tararí, tuí, tuí.

Amanece la sangre doliéndome

AMANECE LA SANGRE DOLIÉNDOME y el cigarro amargo. La herida de los ojos abierta para el alcohol del sol. Y una fatiga, un cansancio, un remordimiento de estar vivo. ¿A quién le hago el juego, Tarumba? (Perdóname. Tú sabes que digo esas cosas por decir algo. Es un remordimiento de estar muerto.) Mi mujer y mi hijo esperan allá fuera, y yo me quejo. Voy a comprar unas frutas para los tres; me gusta ver que mi hijo brinca en el vientre de su madre al olor remoto de los mangos. (Cuando nazca mi hijo, Tarumba, tú le vas a enseñar los árboles y los caballos.)

La primera lluvia del año

La primera lluvia del año moja las calles, abre el aire, humedece mi sangre. ¡Me siento tan agusto y tan triste, Tarumba, viendo caer el agua desde quién sabe, sobre tantos y tanto ! Ayúdame a mirar sin llorar, Ayúdame a llover yo mismo sobre mi corazón para que crezca como la planta del chayote como la yerbabuena. ¡Amo tanto la luz adolescente de esta mañana y su tierna humedad ! ¡Ayúdame, Tarumba, a no morirme, a que el viento no desate mis hojas ni me arranque de esta tierra alegre.

¿Qué putas puedo hacer...?

¿Qué putas puedo hacer con mi rodilla, con mi pierna tan larga y tan flaca, con mis brazos, con mi lengua, con mis flacos ojos? ¿Que puedo hacer en este remolino de imbéciles de buena voluntad? ¿Que puedo con inteligentes podridos y con dulces niñas que no quieren hombre sino poesía? ¿Que puedo entre los poetas uniformados por la academia o por el comunismo? ¿Que, entre vendedores o políticos o pastores de almas? ¿Que putas puedo hacer, Tarumba, si no soy santo, ni héroe, ni bandido, ni adorador del arte, ni boticario, ni rebelde? ¿Que puedo hacer si puedo hacerlo todo y no tengo ganas sino de mirar y mirar?

Oigo palomas en el tejado del vecino


OIGO PALOMAS EN EL TEJADO DEL VECINO, Tú ves el sol. El agua amanece, y todo es raro como estas palabras. ¿Para qué te ha de entender nadie, Tarumba?, ¿para qué alumbrarte con lo que dices como con una hoguera? Quema tus huesos y calíentate. Ponte a secar, ahora, al sol y al viento.

Después de leer tantas páginas

Después de leer tantas páginas que el tiempo escribe con mi mano, quedo triste, Tarumba, de no haber dicho más, quedo triste de ser tan pequeño y quedo triste y colérico de no estar solo. Me quejo de estar todo el día en manos de las gentes, me duele que se me echen encima y me aplasten y no me dejen siquiera saber dónde tengo los brazos, o mirar si mis piernas están completas. "Abandona a tu padre y a tu madre" y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano y métete en el costal de tus huesos y échate a rodar, si quieres ser poeta. Que no esclavicen ni tu ombligo ni tu sangre, ni el bien ni el mal, ni el amor consuetudinario. Tienes que ser actor de todas las cosas. Tienes que romperte la cabeza diariamente sobre la piedra, para que brote el agua. Después quedarás tirado a un lado como un saco vacío (guante de cuero que la mano de la poesía usó), pero también quedarías tirado por nada. Yo me quejo, Tarumba, de estar sirviendo a la poesía y al diablo. Y a veces soy como mi hijo, que se orina en la cama, y no puede moverse, y llora.

A caballo

A caballo, Tarumba, hay que montar a caballo para recorrer este país, para conocer a tu mujer, para desear a la que deseas, para abrir el hoyo de tu muerte, para levantar tu resurrección. A caballo tus ojos, el salmo de tus ojos, el sueño de tus piernas cansadas. A caballo en el territorio de la malaria, tiempo enfermo, hembra caliente, risa a gotas. A donde llegan noticias de vírgenes, periódicos con santos, y telegramas de corazones deportivos como una bandera. A caballo, Tarumba, sobre el río, sobre la laja de agua, la vigilia, la hoja frágil del sueño (cuando tus manos se despiertan con nalgas), y el vidrio de la muerte en el que miras tu corazón pequeño. A caballo, Tarumba, hasta el vertedero del sol.

En este pueblo

En este pueblo, Tarumba, miro a todas las gentes todos los días. Somos una familia de grillos. Me canso. Todo lo sé, lo adivino, lo siento. Conozco los matrimonios, los adulterios, las muertes. Sé cuándo el poeta grillo quiere cantar, cuándo bajan los zopilotes al mercado, cuándo me voy a morir yo. Sé quiénes, a qué horas, cómo lo hacen, curarse en las cantinas, besarse en los cines, menstruar, llorar, dormir, lavarse las manos. Lo único que no sé es cuándo nos iremos, Tarumba, por un subterráneo, al mar.

La mujer gorda


La mujer gorda, Tarumba, camina con la cabeza levantada. El cojo le dice al idiota: Te alcancé. El boticario llora por enfermedades. Yo los miro a todos desde la puerta de mi casa, desde el agua de un pozo, desde el cielo, y sólo tú me gustas, Tarumba, que quieres café y que llueva. No sé qué cosa eres, cuál es tu nombre verdadero, pero podrías ser mi hermano o yo mismo. Podrías ser también un fantasma, o el hijo de un fantasma, o el nieto de alguien que no existió nunca. Porque a veces quiero decirte: Tarumba, ¿en dónde estás?

Ay, Tarumba

Ay, Tarumba, tú ya conoces el deseo. Te jala, te arrastra, te deshace. Zumbas como un panal. Te quiebras mil y mil veces. Dejas de ver mujer en cuatro días porque te gusta desear, te gusta quemarte y revivirle, te gusta pasarles la lengua de tus ojos a todas. Tú, Tarumba, naciste en la saliva, quién sabe en qué goma caliente naciste. Te castigaron con darte sólo dos manos. Salado Tarumba, tienes la piel como una boca y no te cansas. No vas a sacar nada. Aunque llores, aunque te quedes quieto como un buen muchacho.

A la casa del día

A la casa del día entran gentes y cosas, yerbas de mal olor, caballos desvelados, aires con música, maniquíes iguales a muchachas; entramos tú, Tarumba, y yo, Entra la danza. Entra el sol. Un agente de seguros de vida y un Poeta. Un policía. Todos vamos a vendernos, Tarumba.

Tarumba

Yo voy con las hormigas entre las patas de las moscas. Yo voy con el suelo, por el viento, en los zapatos de los hombres, en las pezuñas, las hojas, los papeles; voy a donde vas, Tarumba, de donde vienes, vengo. Conozco a la araña. Sé eso que tú sabes de ti mismo y lo que supo tu padre. Sé lo que me has dicho de mí. Tengo miedo de no saber, de estar aquí como mi abuela mirando la pared, bien muerta. Quiero ir a orinar a la luz de la luna. Tarumba, parece que va a llover.

Adán y Eva

I -Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate. -Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció? -Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha. -Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti. Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas. II La noche que fue ayer fue de la magia. En la noche hay tambores, y los animales duermen con el olfato abierto como un ojo. No hay nadie en el aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el suelo, y alguien las mueve a veces, y callan. Trapos negros, voces negras, espesos y negros silencios, flotan, se arrastran, y la tierra se pone su rostro negro y hace gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a ellos, los corazones golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueven eternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un paso en la noche. El que entra con los ojos abiertos en la espesura de la noche, se pierde, es asaltado por la sombra, y nunca se sabrá nada de él, como de aquellos que el mar ha recogido. -Eva, le dijo a Adán, despacio, no nos separemos. III -¿Has visto como crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla acude el agua: es el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por las ramas el agua asciende al aire, como cuando te quedas viendo al cielo del mediodía y como tus ojos empiezan a evaporarse. Las plantas crecen de un día a otro. Es la tierra la que crece, se hace blanda, verde, flexible. El terrón enmohecido, la costra de los viejos árboles, se desprende, regresa. ¿Lo has visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro, de una hora a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca arriba y tu pelo penetra como un manojo de raíces y toda tú eres un tronco caído. -Yo quiero sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol flotante para treparme a jugar. En su follaje se enredarían los peces, y sería un árbol de agua, que iría a todas partes sin caerse nunca. IV -Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas? Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquila y tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin aflicción, sin risas. ¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron , pues, de mi costado, no me dueles? Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo. Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día. Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca. ¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve. V Mira, ésta es nuestra casa, éste nuestro techo. Contra la lluvia, contra el sol, contra la noche, la hice. La cueva no se mueve y siempre hay animales que quieren entrar. Aquí es distinto, nosotros también somos distintos. -¿Distintos porque nos defendemos, Adán? Creo que somos más débiles. -Somos distintos porque queremos cambiar. Somos mejores. -A mí no me gusta ser mejor. Creo que estamos perdiendo algo. Nos estamos apartando del viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser extraños. Recuerdo la primera piel que me echaste encima: me quitaste mi piel, la hiciste inútil. Vamos a terminar por ser distintos de las estrellas y ya no entenderemos a los árboles. -Es que tenemos uno que se llama espíritu. -Cada vez tenemos más miedo, Adán. -Verás. Conoceremos. No importa que nuestro cuerpo... -¿Nuestro cuerpo? -...esté más delgado. Somos inteligentes. Podemos más. -¿Qué te pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra y te dolía la cabeza. ¿Has vuelto? Te voy a enterrar hasta las rodillas otra vez. VI -El tronco estaba ardiendo cuando se fue la lluvia. El rayo lo venció y se introdujo en él. Ahora es un rayo manso. Lo tendremos aquí y le daremos de comer hojas y yerbas. Me gusta el fuego. Acércale tu mano poco a poco, te acaricia o te quema, puedes saber hasta dónde llega su amistad. -A mí me gusta porque es rojo y azul y amarillo, y se mueve en el aire y no tiene forma, y cuando quiere dormir se esconde en la ceniza y vigila con ojitos rojos dentro dentro. ¡Qué simpático! Luego se alza y empieza a buscar, si haya cerca una rama la devora. ¡Me gusta, me gusta! ¡Le cuidaré, no estorba, es tan humilde! -Es orgulloso, pero es bueno. ¿Que té pasa? Te has quedado... -Nada. -Tienes los ojos abiertos y estás dormida. ¿Me oyes? También se ha metido en ti. Lo veo en el fondo de tus ojos, como una culebra, enamorándote. Te quedas quieta mientras él te recorre ávidamente. Giras en torno al fuego sin moverte. Fuego lento, preciso, árbol continuo, nos atraen tus hojas instantáneas, tu tronco permanente. Déjanos estar junto a ti, junto a tu amor hambriento. Creces aniquilando, medida de la destrucción, estatura hacia dentro, duración hacia atrás, tiempo invertido, muerte muriendo, nacimiento. Déjanos estar en tus párpados incesantes, investigar contigo lo que buscas, luz en fuga perpetua, en ti, como tú misma, en nosotros. VII - ¿Que es el canto de los pájaros, Adán? -Son los pájaros mismos que se hacen aire. Cantar es derramarse en gotas de aire, en hilos de aire, temblar. -Entonces los pájaros están maduros y se les cae la garganta en hojas, y sus hojas son suaves, penetrantes, a veces rápidas. ¿Por qué?, ¿Por qué no estoy madura yo? -Cuando estés madura te vas a desprender de ti misma, y lo que seas de fruta se alegrará, y lo que seas de rama quedará temblando. Entonces lo sabrás. El sol no te ha penetrado como al día, estás amaneciendo. -Yo quiero cantar. Tengo un aire apretado, un aire de pájaro cantar. -Tú estás cantando siempre sin darte cuenta. Eres igual que el agua. Tampoco las piedras se dan cuenta , y su cal silenciosa se reúne y canta silenciosamente. VIII -Hace tres días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, yo era feliz. He tenido miedo, no he podido dormir. Estoy sola, ¿Por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo llamé. Me asusta la noche, ¿qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo. Estoy perdida, rodeada de cosas extrañas, ¿por qué no vuelve ya? Adán, Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú no vuelves. ¡Qué vas a encontrar? Y Eva se ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán. Adán llegó cansado pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo mirando por primera vez. IX -¡Qué fresca es la sombra del plátano! De una hoja de plátano se desprenden infinitas hojas de agua que están descendiendo siempre. Me gustan las hojas verdes, acanaladas, y los racimos, y los retoños unánimes, agudos, como una bandada de peces hacia arriba. ¿Has visto el tronco? Es un panal de agua. Me gusta el platanar con su humedad sombría y derribada, con su lecho en que se pudre el sol y con sus hojas golpeadas y tranquilas. Me gusta el platanar cuando llueve porque suena sonoramente, porque se alegra como una bestia bañándose y saltando. Me gusta la sombra del plátano y sus pequeños nidos de aire, y el aire dulce y torpe aprendiendo a volar. Me gusta tirarme en el suelo sin raíces y sentir cómo transcurre el agua y quedarme inmóvil, oyendo. Fuimos al mar. ¡Qué miedo tuve y qué alegría. Es un enorme animal inquieto. Golpea y sopla, se enfurece, se calma, siempre asusta. Parece que nos mirara desde dentro, desde lo hondo, con muchos ojos, con ojos iguales a los que tenemos en el corazón para mirar de lejos o en la obscuridad. En un principio nos tiró varias veces. Después Adán se enfureció y se puso a dar de puñetazos a las olas. A mí me dio risa, me quedé en la playa mirando. Adán no podía. Al rato salió cansado, húmedo, y no dijo nada, y se durmió. Entonces me puse a oír el mar. Ya iba obscureciendo. Suena igual que la noche, con un vasto, infinito silencio, con una honda voz. Se extiende su sonido obscuro y nos penetra por todas partes. Es un sonido de agua espesa, de agua que quiere levantarse como un animal herido. De ahora en adelante viviremos a la orilla del mar. Aquí están a la misma altura el sol y el mar, a la misma profundidad las estrellas y los grandes peces. Aprenderemos el mar, Él también tiene sus montañas y sus vastas llanuras, sus pájaros, sus minerales, y su vegetación unánime y difícil. Aprenderemos sus cambios, sus estaciones, su permanencia en el mundo como una enorme raíz, la raíz del árbol de agua que aprieta la tierra, el árbol inmenso que se extiende en el espacio hasta siempre. El mar es bueno y terrible como mi padre. Yo le quiero decir padre mar. Padre mar, sosténme, engéndrame de nuevo en tu corazón. Hazme incorruptible, receptora del mundo, purificadora a pesar. XI Me duele el cuerpo, me arden los ojos, parece que estuviera quemándome. Mi agua está hirviendo dentro de mí. Y un viento frío bajo mi piel anda aprisa, frío, y termina empujándome la quijada hacia arriba con golpes menudos e incesantes. Estoy ardiendo, no puedo ni moverme. Estoy débil, con dolor, con miedo. Eva no ha dormido, está asustada, me ha puesto hojas en la frente. Cuando me puse a hablar anoche se me echó encima y se restregó conmigo y quería callarme. Así se estuvo y tenía los ojos mojados como mi espalda. Le dije que sus ojos también me dolían y ella los cerró contra mi boca. Ahora tengo sed, estoy golpeado y seco. Me duele, tengo la cabeza podrida. No hay una parte mía que no esté peleando con otra. Quiero cerrar mis manos ¡Qué diferente de mí es todo esto!. Esto es ser otro, otro Adán. Está pasando a través de mí y me duele. Me gustaría estar rodeado de piedras calientes. El otro día me gustó un árbol, lo derribé. Caía con ruido quebrándose, cayéndose. Así estoy sonando, así, hacia abajo, apretado, derrumbado, sonando. XII Es una enorme piedra negra, más dura que las otras, caliente. Parece una madriguera de rayos. Tumbó varios árboles y sacudió la tierra. Es de ésas que hemos visto caer de lejos, iluminadas. Se desprenden del cielo como las naranjas maduras y son veloces y duran más en los ojos que en el aire. Todavía tiene el color frío del cielo y está raspada, ardiendo. -Me gusta verlas caer tan rápidas, más rápidas que los pájaros que tiras. Allá arriba ha de haber un lugar donde mueren y de donde caen. Algunas han de estar cayendo siempre. Parece que se van muy lejos ¿a dónde?. Esta vino aquí pero la llevaré a otro sitio. La voy a echar rodando hasta los bambúes, los va a hacer tronar. Quiero que se enfríe para abrirla. -¡Abrirla! ¿Qué tal si sale una bandada de estrellas, si se nos van? Han de salir con ruido, como las codornices. XIII Eva ya no está, de un momento a otro dejó de hablar. Se quedó quieta y dura. En un principio pensé que dormía. Más tarde la toqué y no tenía calor. La moví, le hablé. La dejé ahí tirada. Pasaron varios días y no se levantó. Empezó a oler mal. Se estaba pudriendo como la fruta, y tenía moscas y hormigas. Estaba muy fea. La arrastré afuera y le puse bastante paja encima. Diariamente iba a ver como estaba. Hasta que me cansé y la llevé más lejos. Nunca volvió a hablar. Era como una rama seca. No sirve para nada, no hace nada. Poco a poco se la come la tierra. Allí está. Se la come el sol, no me gusta. No se levanta, no habla, no retoña. Yo la he estado mirando. Es inútil. Cada vez es menos, pesa menos, se acaba. XIV Ah, tú, guardadora del mundo, dormida, preñada de la muerte, quieta. ¡Qué inútil es hablarte, hablarme!. Hombre solo soy, quedé. Quedé manco, podado, a mi mitad quedé. Aquí me muero. Porque los ojos de la muerte me han visto y giran alrededor cazándome, llevándome. Aquí me callo. De aquí no me muevo. XV Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre suave, manso, infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo, bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche. Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos. Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil. Suenas como la pata de la paloma al quebrarse. Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas, te abrazo para que madures en paz. FIN

Ésa es su ventana

Ésa es su ventana. Allí la espera el tiempo. Tras el cristal su rostro invisible, en silencio. Me mira, ciega y dulce, con los ojos abiertos. La noche está a mi lado, su ventana está lejos. Alguien la busca a veces vestida de negro, joven madre del luto, flor del viento. Sus manos rezan sobre su pecho. Y ella, niña, me mira con sus ojos viejos. Y yo la busco dulce, muerto. En la sombra estaban sus ojos y sus ojos estaban vacíos y asustados y dulces y buenos y fríos. Allí estaban sus ojos y estaban en su rostro callado y sencillo y su rostro tenia sus ojos tranquilos. No miraban, miraban, qué solos y qué tiernos de espanto, qué míos, me dejaban su boca en los labios y lloraban un aire perdido y sin llanto y abiertos y ausentes y distantes distantes y heridos en la sombra en que estaban, estaban callados, vacíos. Y una niña en sus ojos sin nadie se asomaba sin nada a los míos y callaba y miraba y callaba y sus ojos abiertos y limpios, piedra de agua, me estaban mirando más allá de mis ojos sin niños y que solos estaban, qué tristes, qué limpios. Y en la sombra en que estaban sus ojos Y en el aire sin nadie, afligido, allí estaban sus ojos y estaban Vacíos.

No quiero paz

No quiero paz, no hay paz, quiero mi soledad. Quiero mi corazón desnudo para tirarlo a la calle, quiero quedarme sordomudo. Que nadie me visite, que yo no mire a nadie, y que si hay alguien, como yo, con asco, que se lo trague. Quiero mi soledad, no quiero paz, no hay paz.

sábado, 7 de noviembre de 2015

A estas horas, aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo, dejar mi cuarto encerrado y bajar a bailar entre borrachos. Uno es un tonto en una cama acostado, sin mujer, aburrido, pensando, sólo pensando. No tengo "hambre de amor", pero no quiero pasar todas las noches embrocado mirándome los brazos, o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro. Leer, o recordar, o sentirme tufo de literato, o esperar algo. Habría que bajar a una calle desierta y con las manos en la bolsas, despacio, caminar con mis pies e irles diciendo: uno, dos, tres, cuatro... Este cielo de México es obscuro, lleno de gatos, con estrellas miedosas y con el aire apretado. (Anoche, sin embargo, había llovido y era fresco, amoroso, delgado.) Hoy habría que pasármela llorando en una acera húmeda, al pie de un árbol, o esperar un tranvía escandaloso para gritar con fuerzas, bien alto. Si yo tuviera un perro podría acariciarlo. Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato o le diría un cuento que no dijera nada, pero que fuera largo. Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero seguir todas las noches vigilando cuándo voy a dormirme, cuándo. Yo lo que quiero es que pase algo, que me muera de veras o que de veras esté fastidiado, o cuando menos que se caiga el techo de mi casa un rato. La jaula que me cuente sus amores con el canario. La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos, y la dulce luna de mi armario, que me digan algo, que me hablen en metáforas, como dicen que hablan, este vino es amargo, bajo la lengua tengo un escarabajo. ¡Qué bueno que se quedará mi cuarto toda la noche solo, hecho un tonto, mirando!