domingo, 8 de noviembre de 2015
Adán y Eva
I
-Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos
conocíamos. Eva, levántate.
-Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?
-Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y
empiezan a galopar los árboles. Escucha.
-Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo
a ti.
Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido
en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían,
mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas.
II
La noche que fue ayer fue de la magia. En la noche hay tambores, y los
animales duermen con el olfato abierto como un ojo. No hay nadie en
el aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el suelo, y
alguien las mueve a veces, y callan. Trapos negros, voces negras,
espesos y negros silencios, flotan, se arrastran, y la tierra se pone su
rostro negro y hace gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a
ellos, los corazones golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las
cosas se mueven eternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un
paso en la noche. El que entra con los ojos abiertos en la espesura de la
noche, se pierde, es asaltado por la sombra, y nunca se sabrá nada de
él, como de aquellos que el mar ha recogido.
-Eva, le dijo a Adán, despacio, no nos separemos.
III
-¿Has visto como crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla
acude el agua: es el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por
las ramas el agua asciende al aire, como cuando te quedas viendo al
cielo del mediodía y como tus ojos empiezan a evaporarse.
Las plantas crecen de un día a otro. Es la tierra la que crece, se hace
blanda, verde, flexible. El terrón enmohecido, la costra de los viejos
árboles, se desprende, regresa.
¿Lo has visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro,
de una hora a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre
la tierra, boca arriba y tu pelo penetra como un manojo de raíces y toda
tú eres un tronco caído.
-Yo quiero sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol flotante
para treparme a jugar. En su follaje se enredarían los peces, y sería un
árbol de agua, que iría a todas partes sin caerse nunca.
IV
-Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las
hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de
entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he
visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy
tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas?
Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es
tranquila y tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías
decirlo todo sin aflicción, sin risas.
¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron , pues, de mi costado, no me
dueles?
Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me
envuelves y te cierras como la flor con el insecto, sé algo, sabemos algo.
La hembra es siempre más grande, de algún modo.
Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos
salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer
como el día.
Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de
darme nunca.
¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un
tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.
V
Mira, ésta es nuestra casa, éste nuestro techo. Contra la lluvia, contra el
sol, contra la noche, la hice. La cueva no se mueve y siempre hay
animales que quieren entrar. Aquí es distinto, nosotros también somos
distintos.
-¿Distintos porque nos defendemos, Adán? Creo que somos más
débiles.
-Somos distintos porque queremos cambiar. Somos mejores.
-A mí no me gusta ser mejor. Creo que estamos perdiendo algo. Nos
estamos apartando del viento. Entre todos los de la tierra vamos a ser
extraños. Recuerdo la primera piel que me echaste encima: me quitaste
mi piel, la hiciste inútil. Vamos a terminar por ser distintos de las
estrellas y ya no entenderemos a los árboles.
-Es que tenemos uno que se llama espíritu.
-Cada vez tenemos más miedo, Adán.
-Verás. Conoceremos. No importa que nuestro cuerpo...
-¿Nuestro cuerpo?
-...esté más delgado. Somos inteligentes. Podemos más.
-¿Qué te pasa? Aquella vez te sentaste bajo el árbol de la mala sombra
y te dolía la cabeza. ¿Has vuelto? Te voy a enterrar hasta las rodillas
otra vez.
VI
-El tronco estaba ardiendo cuando se fue la lluvia. El rayo lo venció y
se introdujo en él. Ahora es un rayo manso. Lo tendremos aquí y le
daremos de comer hojas y yerbas. Me gusta el fuego. Acércale tu mano
poco a poco, te acaricia o te quema, puedes saber hasta dónde llega su
amistad.
-A mí me gusta porque es rojo y azul y amarillo, y se mueve en el aire
y no tiene forma, y cuando quiere dormir se esconde en la ceniza y
vigila con ojitos rojos dentro dentro. ¡Qué simpático! Luego se alza y
empieza a buscar, si haya cerca una rama la devora. ¡Me gusta, me
gusta! ¡Le cuidaré, no estorba, es tan humilde!
-Es orgulloso, pero es bueno. ¿Que té pasa? Te has quedado...
-Nada.
-Tienes los ojos abiertos y estás dormida. ¿Me oyes? También se ha
metido en ti. Lo veo en el fondo de tus ojos, como una culebra,
enamorándote. Te quedas quieta mientras él te recorre ávidamente.
Giras en torno al fuego sin moverte. Fuego lento, preciso, árbol
continuo, nos atraen tus hojas instantáneas, tu tronco permanente.
Déjanos estar junto a ti, junto a tu amor hambriento. Creces
aniquilando, medida de la destrucción, estatura hacia dentro, duración
hacia atrás, tiempo invertido, muerte muriendo, nacimiento. Déjanos
estar en tus párpados incesantes, investigar contigo lo que buscas, luz
en fuga perpetua, en ti, como tú misma, en nosotros.
VII
- ¿Que es el canto de los pájaros, Adán?
-Son los pájaros mismos que se hacen aire. Cantar es derramarse en
gotas de aire, en hilos de aire, temblar.
-Entonces los pájaros están maduros y se les cae la garganta en hojas, y
sus hojas son suaves, penetrantes, a veces rápidas. ¿Por qué?, ¿Por qué
no estoy madura yo?
-Cuando estés madura te vas a desprender de ti misma, y lo que seas
de fruta se alegrará, y lo que seas de rama quedará temblando.
Entonces lo sabrás. El sol no te ha penetrado como al día, estás
amaneciendo.
-Yo quiero cantar. Tengo un aire apretado, un aire de pájaro cantar.
-Tú estás cantando siempre sin darte cuenta. Eres igual que el agua.
Tampoco las piedras se dan cuenta , y su cal silenciosa se reúne y canta
silenciosamente.
VIII
-Hace tres días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, yo era feliz.
He tenido miedo, no he podido dormir.
Estoy sola, ¿Por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo
llamé. Me asusta la noche, ¿qué puedo hacer sin él? Todo es muy
grande, muy largo, sin rumbo. Estoy perdida, rodeada de cosas
extrañas, ¿por qué no vuelve ya?
Adán, Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú
no vuelves. ¡Qué vas a encontrar?
Y Eva se ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán.
Adán llegó cansado pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo
mirando por primera vez.
IX
-¡Qué fresca es la sombra del plátano! De una hoja de plátano se
desprenden infinitas hojas de agua que están descendiendo siempre.
Me gustan las hojas verdes, acanaladas, y los racimos, y los retoños
unánimes, agudos, como una bandada de peces hacia arriba. ¿Has
visto el tronco? Es un panal de agua.
Me gusta el platanar con su humedad sombría y derribada, con su
lecho en que se pudre el sol y con sus hojas golpeadas y tranquilas. Me
gusta el platanar cuando llueve porque suena sonoramente, porque se
alegra como una bestia bañándose y saltando.
Me gusta la sombra del plátano y sus pequeños nidos de aire, y el aire
dulce y torpe aprendiendo a volar. Me gusta tirarme en el suelo sin
raíces y sentir cómo transcurre el agua y quedarme inmóvil, oyendo.
Fuimos al mar. ¡Qué miedo tuve y qué alegría. Es un enorme animal
inquieto. Golpea y sopla, se enfurece, se calma, siempre asusta. Parece
que nos mirara desde dentro, desde lo hondo, con muchos ojos, con
ojos iguales a los que tenemos en el corazón para mirar de lejos o en la
obscuridad.
En un principio nos tiró varias veces. Después Adán se enfureció y se
puso a dar de puñetazos a las olas. A mí me dio risa, me quedé en la
playa mirando. Adán no podía. Al rato salió cansado, húmedo, y no
dijo nada, y se durmió.
Entonces me puse a oír el mar. Ya iba obscureciendo. Suena igual que
la noche, con un vasto, infinito silencio, con una honda voz. Se
extiende su sonido obscuro y nos penetra por todas partes. Es un
sonido de agua espesa, de agua que quiere levantarse como un animal
herido.
De ahora en adelante viviremos a la orilla del mar. Aquí están a la
misma altura el sol y el mar, a la misma profundidad las estrellas y los
grandes peces.
Aprenderemos el mar, Él también tiene sus montañas y sus vastas
llanuras, sus pájaros, sus minerales, y su vegetación unánime y difícil.
Aprenderemos sus cambios, sus estaciones, su permanencia en el
mundo como una enorme raíz, la raíz del árbol de agua que aprieta la
tierra, el árbol inmenso que se extiende en el espacio hasta siempre.
El mar es bueno y terrible como mi padre. Yo le quiero decir padre
mar. Padre mar, sosténme, engéndrame de nuevo en tu corazón.
Hazme incorruptible, receptora del mundo, purificadora a pesar.
XI
Me duele el cuerpo, me arden los ojos, parece que estuviera
quemándome. Mi agua está hirviendo dentro de mí. Y un viento frío
bajo mi piel anda aprisa, frío, y termina empujándome la quijada hacia
arriba con golpes menudos e incesantes.
Estoy ardiendo, no puedo ni moverme. Estoy débil, con dolor, con
miedo. Eva no ha dormido, está asustada, me ha puesto hojas en la
frente. Cuando me puse a hablar anoche se me echó encima y se
restregó conmigo y quería callarme. Así se estuvo y tenía los ojos
mojados como mi espalda. Le dije que sus ojos también me dolían y
ella los cerró contra mi boca.
Ahora tengo sed, estoy golpeado y seco. Me duele, tengo la cabeza
podrida. No hay una parte mía que no esté peleando con otra. Quiero
cerrar mis manos ¡Qué diferente de mí es todo esto!.
Esto es ser otro, otro Adán. Está pasando a través de mí y me duele.
Me gustaría estar rodeado de piedras calientes.
El otro día me gustó un árbol, lo derribé. Caía con ruido quebrándose,
cayéndose. Así estoy sonando, así, hacia abajo, apretado, derrumbado,
sonando.
XII
Es una enorme piedra negra, más dura que las otras, caliente. Parece
una madriguera de rayos. Tumbó varios árboles y sacudió la tierra. Es
de ésas que hemos visto caer de lejos, iluminadas. Se desprenden del
cielo como las naranjas maduras y son veloces y duran más en los ojos
que en el aire. Todavía tiene el color frío del cielo y está raspada,
ardiendo.
-Me gusta verlas caer tan rápidas, más rápidas que los pájaros que
tiras. Allá arriba ha de haber un lugar donde mueren y de donde caen.
Algunas han de estar cayendo siempre. Parece que se van muy lejos ¿a
dónde?.
Esta vino aquí pero la llevaré a otro sitio. La voy a echar rodando hasta
los bambúes, los va a hacer tronar. Quiero que se enfríe para abrirla.
-¡Abrirla! ¿Qué tal si sale una bandada de estrellas, si se nos van? Han
de salir con ruido, como las codornices.
XIII
Eva ya no está, de un momento a otro dejó de hablar. Se quedó quieta
y dura. En un principio pensé que dormía. Más tarde la toqué y no
tenía calor. La moví, le hablé. La dejé ahí tirada.
Pasaron varios días y no se levantó. Empezó a oler mal. Se estaba
pudriendo como la fruta, y tenía moscas y hormigas. Estaba muy fea.
La arrastré afuera y le puse bastante paja encima. Diariamente iba a ver
como estaba. Hasta que me cansé y la llevé más lejos. Nunca volvió a
hablar. Era como una rama seca.
No sirve para nada, no hace nada. Poco a poco se la come la tierra. Allí
está.
Se la come el sol, no me gusta. No se levanta, no habla, no retoña.
Yo la he estado mirando. Es inútil. Cada vez es menos, pesa menos, se
acaba.
XIV
Ah, tú, guardadora del mundo, dormida, preñada de la muerte, quieta.
¡Qué inútil es hablarte, hablarme!. Hombre solo soy, quedé. Quedé
manco, podado, a mi mitad quedé.
Aquí me muero. Porque los ojos de la muerte me han visto y giran
alrededor cazándome, llevándome. Aquí me callo. De aquí no me
muevo.
XV
Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches. Tu vientre suave,
manso, infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo,
besándolo, bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche.
Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti,
redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos.
Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil. Suenas como la pata
de la paloma al quebrarse.
Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas, te abrazo para que
madures en paz.
FIN
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