domingo, 8 de noviembre de 2015

En los ojos de los muertos

En los ojos abiertos de los muertos ¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera! Tapiz de aire en la pupila inmóvil, velo de sombra, luz tierna. En los ojos de los amantes muertos el amor vela. Los ojos son como una puerta infranqueable, codiciada, entreabierta. ¿Por qué la muerte prolonga a los amantes, los encierra en un mutismo como de tierra? ¿Que es el misterio de esa luz que llora en el agua del ojo, en esa enferma superficie de vidrio que tiembla? Ángeles custodios les recogen la cabeza. Murieron en su mirada, murieron de sus propias venas. Los ojos parecen piedras dejadas en el rostro por una mano ciega. El misterio los lleva. ¡Qué magia, que dulzura en el sarcófago de aire que los encierra! En la sombra estaban sus ojos En la sombra estaban sus ojos y sus ojos estaban vacíos y asustados y dulces y buenos y fríos. Allí estaban sus ojos y estaban en su rostro callado y sencillo y su rostro tenía sus ojos tranquilos. No miraban, miraban, qué solos y qué tiernos de espanto, qué míos, me dejaban su boca en los labios y lloraban un aire perdido y sin llanto y abiertos y ausentes y distantes distantes y heridos en la sombra en que estaban, estaban callados, vacíos. Y una niña en sus ojos sin nadie se asomaba sin nada a los míos y callaba y miraba y callaba y sus ojos abiertos y limpios, piedra de agua, me estaban mirando más allá de mis ojos sin niños y qué solos estaban, qué tristes, qué limpios. Y en la sombra en que estaban sus ojos y en el aire sin nadie, afligido, allí estaban sus ojos y estaban vacíos.

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