Siempre fui mi pene, Dios mío, siempre fui el pedazo de mi carne que entraba en las mujeres, que me hacía hombre, conocedor del mundo, propietario de la vida y de la muerte. ¿Por qué me disminuyes? Yo no quiero aprender de tu sabiduría. Yo quiero el falo erecto, pero erecto, para entrar a la hora precisa en el dulce terrón de la tierra dulce. ¡Condédeme vivir entero hasta los ochenta!
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